La violencia contra las mujeres se ha convertido en una de las tragedias con las que muchos pueblos de América Latina y de México en particular aprendieron a convivir. La apatía casi mundana y los pocos gritos fuertes sobre los feminicidios hablan precisamente de dos cosas que le faltan a la gente: 1) su fe en el gobierno; 2) su fe en sí misma. Pero, ¿qué es exactamente lo que impide a los de arriba y a los de abajo resolver este problema, y qué posibles vías puede ofrecer una perspectiva libertaria en esta cuestión?
Síntomas Principales
El año 2021 en México cerró con 977 casos registrados de feminicidio por las autoridades nacionales, y la tendencia no muestra signos de reducirse. Probablemente nunca podremos saber cuántos casos más permanecen desconocidos. Ahora resulta demasiado fácil, demasiado obvio, pedir justicia al gobierno y culparlo de su inacción. Las calles están llenas de flores y fotos de las víctimas y sus familiares descontentos. El grito pertenece a las calles y debe ser escuchado. Sin embargo, aquí me gustaría suscitar una sana discusión que nos va a ayudar a diseccionar el problema. Porque por mucho que queramos encontrar los defectos de un político, un policía en particular o un grupo de ellos en general, siempre es necesario recordar el contexto en el que todos ellos funcionan. Este contexto se llama el Estado, una máquina torpe en la que incluso la voluntad de la persona más honesta y valiente puede perderse en medio de su impenetrable estructura de corrupción agobiante. Así que incluso el título de este artículo no debe tomarse como una acusación de un acto deliberado, sino como un diagnóstico de una escala mayor.
El feminicidio es sólo la representación más aparente de la violencia que el Estado parece incapaz de resolver. La violencia proviene de muchas fuentes diferentes, y sus víctimas son demasiado diferentes para nombrarlas. La violencia contra las mujeres es la que más habla debido a que sus víctimas son las menos protegidas de todos los grupos. A pesar de todo el crecimiento de la sociedad, el tema que a veces empieza en la familia o en los círculos más cercanos — el maltrato a la mujer — sigue siendo una raíz aparente de esa violencia.
La cuestión de la reeducación de la sociedad podría ser demasiado grande para nosotros — aunque hay que decir que la verdadera educación de cualquier sociedad comienza con el aprendizaje de la responsabilidad de los propios actos. La cuestión del papel del gobierno en todo esto es lo que nos interesa hoy.
Principales Obstáculos
El Estado, en su esencia, siempre actúa como un padre cuyos hijos son demasiado grandes para ser controlados y castigados, pero los trata como si todavía fueran niños.
Lo que significa es que nuestras llamadas “sociedades de control” no están construidas para resolver las raíces de los problemas, están construidas para enmascararlos bajo la premisa casi imposible de arrancarlos por completo. El control no significa justicia, y especialmente con las muertes aleatorias y esporádicas de mujeres — unas gotas en el océano — no hay demasiadas maneras de que el gobierno pueda resolver este problema de manera efectiva utilizando su engorroso sistema legal. Las sociedades de control están más interesadas en el lado superficial de la justicia, porque eso es lo que esta máquina es capaz de hacer en su mayoría. Estado dictatorial o liberal — no importa.
Incluso el castigo se convierte en una forma de control, no de reeducación. En cualquier tema, desde las drogas hasta la violencia, el Estado trata de poner todos los grandes obstáculos legales que sólo crean más caos y dan al mal un buen terreno para florecer. Los malhechores siempre encontrarán un camino para sus actos, sin tener en cuenta ni temer especialmente las leyes. Las leyes que supuestamente atan al mal, atan a los ciudadanos respetuosos de la ley. Ninguna cantidad de tiempo en la cárcel puede ser efectiva para un hombre que mató a una mujer por ser mujer. El silencio no dará paso a una voz oculta de la conciencia en su cabeza. Las gruesas paredes pueden contener un hombre o unos cuantos, pero no una tendencia clara que no tiene cuerpo. Elegimos los métodos humanos para engendrar más inhumanidad.
Esto no llama a la justicia por mano propia en absoluto. No pide que los baños de sangre por venganza se apoderen de nuestras calles. Ante todo, esto reclama un derecho básico a la autodefensa. Y en este sentido, el Estado ha hecho todo lo posible para bloquear al pueblo cualquier forma avanzada de defenderse.
Las leyes de armas que hacen casi imposible incluso conseguir un arma para un ciudadano habitual y dos armerías en todo México hablan por sí solas. Si el artículo 10 de la Constitución Mexicana de 1857 habló claro:
Artículo 10: Todo hombre tiene derecho de poseer y portar armas para su seguridad y legítima defensa. La ley señalará cuáles son las prohibidas y la pena en que incurren los que las portaren.
Entonces su versión cambiada y moderna tiene más palabras, pero menos libertad:
Artículo 10: Los habitantes de los Estados Unidos Mexicanos tienen derecho a poseer armas en su domicilio, para seguridad y legítima defensa, con excepción de las prohibidas por la ley federal y de las reservadas para el uso exclusivo del Ejército, Armada, Fuerza Aérea y Guardia Nacional. La ley federal determinará los casos, condiciones, requisitos y lugares en que se podrá autorizar a los habitantes la portación de armas.
Las leyes cambian, pero no el problema sistémico de la sociedad. Aquí es donde podemos ver claramente que más control no equivale a más justicia.
La sociedad mexicana contemporánea experimenta un índice de homicidios por arma de fuego superior al de muchas otras naciones, a pesar de las estrictas leyes sobre armas. Esto, entre otras razones, hace infructuoso cualquier debate sobre la utilidad de dichas leyes. Si lo combinamos con la famosa ineficacia de la policía, especialmente en los casos relacionados con el feminicidio, empezamos a ver la imagen completa de cómo exactamente el control no consigue impartir justicia. Es más, básicamente prohíbe o hace apenas posible que alguien sea responsable y haga responsable a otros a través de la autodefensa.
Llevar un arma puede parecer algo trivial. Al fin y al cabo, sólo es una cosa que se convierte en una herramienta de un objetivo concreto en manos de su usuario. Sin embargo, todo da al mundo que nos rodea, a la propia sociedad, un nuevo contexto. Muchos de nosotros imaginaríamos que este contexto es el miedo para quien lleva un arma. Pero en la mayoría de los casos el miedo ya está presente en la sociedad, incluso con todas las medidas de control. ¿Por qué el control no alivia el miedo?
Otro Camino
Y aquí tenemos los tres principales obstáculos que no hacen desaparecer el problema de los feminicidios:
La falta de alcance gubernamental;
La falta de formas de autodefensa;
La falta de educación social.
Este pescado se pudre por la cabeza.
Los patrones de la sociedad y su cambio nunca estarán bajo el control del Estado. Por mucho que se conciencie en las páginas web y en el material educativo, nunca se extinguirá la llama del mal caótico, aunque paradójicamente sistemático, del que todos debemos ser conscientes. Evitar los delitos, no lamentarlos después — esto debe ser nuestro objetivo.
¿El Estado sigue haciendo todo lo que está en su mano para detener los feminicidios (o al menos dice hacerlo) y la mayoría en vano? Entonces, ¿por qué no permitir que se realicen acciones reales en lugar del control pasivo? Dar a la gente las herramientas de la responsabilidad les enseña esa responsabilidad mejor que miles de palabras y miles de años en la seclusión. El Estado tiene que dejar de fingir que trata de resolver el problema en general, mientras no proporciona una ayuda real, disponible para cualquiera.
El feminicidio es sólo uno de los síntomas de una enfermedad mayor. Los individuos y las comunidades separadas no tienen apenas medios para protegerse de esta enfermedad, y el Estado les castiga por el deseo y el derecho natural de defenderse. No esperar a que se haga justicia a posteriori. Ser un agente de la justicia.
Y así tenemos un camino que exige una completa honestidad social. Un camino en el que un gobierno disfuncional se suelta para permitir que sus ciudadanos promulguen y construyan la realidad en la que los malhechores sabrán que sus asaltos tienen consecuencias reales, una reacción real e inmediata.
Armados con un arma y una conciencia plena — esto es lo que los libertarios deben proclamar.
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