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Socialismo en Latinoamérica: ¿El Principio del Final?

Por Darío Piana

El Triunfo de Javier Milei podría señalar el Principio del Final de la Dominación Política del Socialismo Totalitario en América Latina



Decía mi abuelita que no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo aguante.


Hoy, el socialismo totalitario lleva ya más de cien años sofocando a México, y poco menos al resto de Latinoamérica. Y aunque es posible que pocas personas hayan vivido un siglo bajo el yugo socialista, el hecho es que, tras más de 100 años de fracasos y promesas incumplidas, ya no hay país latinoamericano que lo aguante.


Con eso en mente, tal vez tiene sentido que el primer país latinoamericano en mandar al "carajo" al socialismo también sea el primero en haber fundado un partido socialista. Efectivamente, Argentina también fue líder entonces, con el primer Partido Socialista en 1896. Incluso antes, en 1884, Argentina había ya establecido el derecho a la educación gratuita, otro distintivo del socialismo.


Visto en contexto, Argentina parece ir a la vanguardia de la evolución política en Latinoamérica, con México siguiéndole de cerca. En México, aunque la Revolución comenzó en 1910, Porfirio Díaz ya había establecido un impuesto al ingreso en 1891, una medida claramente socialista, aunque haya sido impuesta por un dictador que pocos considerarían socialista. (Díaz probablemente introdujo ésta y otras reformas limitadas con la intención de reducir el creciente descontento que había entre la gente hacia su gobierno, que ya se extendía hacia su tercera década.)


El desarrollo del socialismo autoritario y totalitario en Latinoamérica, con su larga historia de buenas intenciones, revoluciones sangrientas y fracasos económicos, no merece ser recordado aquí, excepto para decir que lo único que les trajo a nuestros países fue pobreza, atraso, subdesarrollo, odio y violencia.


La guerra de clases, el nacionalismo, el robo institucionalizado, el reparto de la propiedad de unos entre otros y la corrupción que acompaña necesariamente al manejo de dinero robado se hicieron comunes y corrientes, al grado que hoy ya a nadie sorprenden.


Aunque el gobierno del dictador Augusto Pinochet, aconsejado por los llamados "Chicago Boys", llevó a cabo una serie de reformas que, según muchos Chilenos, contribuyeron al desarrollo económico de Chile, sería absurdo argumentar que Pinochet haya buscado reducir o limitar el poder del Estado, o maximizar las libertades individuales.


En la práctica, la diferencia entre los autoritarios socialistas y los autoritarios "de derecha" es muy poca. Ambos buscan darle más poder al Estado y usar ese poder para reprimir a sus adversarios, extraer toda la riqueza posible y repartirla entre sus grupos clientelares, según convenga para asegurar su propia permanencia en "el poder".

Notemos aquí que cuando se habla de “el poder" se habla, esencialmente, del poder de quitarle a la gente su dinero por la fuerza legalmente. Esclavizar a la gente es el poder clave del "Estado Rey".

Por cierto, el "Estado Rey" no deja de ser rey por ser democrático. Son sus poderes absolutos lo que lo hacen rey. Es decir, el hecho de considerarse amo y señor de toda la tierra, el aire, el agua, las personas, su trabajo y su propiedad.


Imaginemos, solo por un momento, un gobierno en cualquier país y de cualquier tipo, pero estrictamente limitado a respetar la vida, libertad y propiedad privada de los ciudadanos; es decir, un gobierno sin el poder de obligarlos por la fuerza a entregar su ingreso, trabajo, vida o propiedad al Estado.


Si el Estado no pudiera hacer lo que le da la gana con el dinero de la gente, ni limitar sus libertades y oportunidades condicionando y cobrando fortunas por licencias y permisos, si no pudiera ejercer la violencia contra quien no ha violentado a nadie, ni obligar a nadie a trabajar para él, ni mandar a nadie a la guerra, ni castigar a nadie por consumir ciertas sustancias, su poder estaría tan limitado que sería casi irrelevante que fuera de "izquierda" o de "derecha".

Sin la capacidad de violar los derechos y libertades del individuo para lograr sus buenas o malas intenciones, un Estado se vuelve más racional, más moral y más legítimo.

Sir Winston Churchill alguna vez dijo que la democracia era la peor forma de gobierno, excepto por todas las demás. Queda claro que, en su opinión, la democracia estaba lejos de ser perfecta.


Y es que, cuando no está limitada por los derechos y libertades del individuo, la democracia se convierte en un monstruo.


Es por eso que la elección de un Presidente libertario en Argentina es un parteaguas mucho más significativo que la elección de un simple candidato de "derecha".


En Latinoamérica, desde antes de la llegada de los Españoles, la mayoría de la población vivía esclavizada por príncipes y caciques, quienes podían cobrar cualquier tributo, incluyendo las hijas e hijos de una familia. Después, nuestros pueblos fueron esclavizados por reyes y virreyes, caudillos y hombres fuertes. En los últimos 150 años, hemos tenido gobiernos autoritarios de "izquierda", de "derecha" y de todos los colores y sabores, pero no hemos tenido un Presidente en ningún país que proponga clara y consistentemente, y en todas las formas posibles, la reducción de los poderes del Estado, y el máximo respeto a los derechos, libertades y propiedad privada de los individuos. Eso no tiene precedentes.

En México y en muchos otros países latinoamericanos es perceptible, desde hace décadas, el hartazgo, la decepción y la frustración que han producido las promesas y fantasías socialistas incumplidas. La mayoría de la población ya no se cree las promesas del gobierno y entiende que, cuando paga impuestos, en realidad está siendo víctima de un robo. Esto no hay que explicárselos.


Pero, hasta ahora, nadie había presentado una alternativa clara y creible. No había habido un candidato o partido político con el valor de articular, sin titubeos ni disculpas, los argumentos en defensa de la libertad. Esto es lo que ha hecho Javier Mielei. Ha sabido explicar claramente los errores del socialismo y las virtudes del libertarismo, y ha encontrado un pueblo tan harto de los resultados del socialismo kirchnerista, que está dispuesto a considerar ideas enteramente diferentes.


Es posible que la victoria electoral de Javier Milei, 127 años después de la fundación del primer Partido Socialista en Argentina, anuncie no solamente el declive final del socialismo en Latinoamérica, sino también el surgimiento del libertarismo como una corriente política importante.


En el mejor caso, los resultados más significativos que podría producir un gobierno libertario serán graduales, puesto que no se trata de dictadores libertarios, sino Presidentes, que tienen que lidiar con Congresos, Constituciones y leyes existentes. No sería razonable esperar que, en un solo período presidencial, un gobierno libertario elimine la pobreza o el desempleo. Pero sí puede y debe entregar ciertos resultados tangibles.


Un gobierno legítimamente libertario ostentaría cada vez menos poder y entregaría un Estado reducido, menos opresor y menos expoliador. Una serie de gobiernos libertarios cambiaría de raíz la forma en que nos organizamos, removiendo la coerción y la extorsión como medios para financiar las actividades del gobierno.


Esto sería primicia no solamente en Latinoamérica, sino en el mundo. Por eso el triunfo de Javier Milei llena de esperanza a tantos alrededor del mundo. Es la primera vez en la historia de Latinoamérica que se propone y se acepta un cambio de dirección, no hacia la izquierda ni hacia la derecha, sino hacia la libertad. Esto constituye un mensaje de esperanza para todos.


Tras milenios de esclavitud, es posible que, finalmente, haya luz al final del túnel.




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